jueves, 10 de agosto de 2017

jueves, 18 de septiembre de 2014

En paz




Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;

porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;

que si extraje las mieles o la hiel de las cosas
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales: coseché siempre rosas.

... Cierto a mis lozanías va a seguir el invierno:
!mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!

Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas...

Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.

!vida, nada me debes! !vida, estamos en paz!

                                                            Amado Nervo

martes, 14 de diciembre de 2010

Down These Mean Streets

(Posible traducción: Por estas calles bravas o Por estas calles ruines)

Hace años tuve la fortuna de leer esta autobiografía de Piri Thomas, un joven que crece en Harlem, Nueva York, por allá en la década de los cincuenta. Para el tiempo en que el autor era un adolescente, Harlem era un barrio con enorme influencia latina. De este factor se desprenden disímiles consecuencias, generalmente cargadas de dificultad. El rigor de un ambiente violento que impone sus leyes en el espíritu de los habitant
es de aquellas “calles bravas” se trasluce en las páginas de este sensible relato. Sin embargo, muchas veces la violencia que asolaba las calles de Harlem tenía como origen el propio ímpetu de las familias latinas que, intentando abrirse paso en la Nueva York de entonces, se cargaban de resentimiento y frustración. En otras palabras, lo que muestra Piri Thomas en su libro, es una Latinoamérica pequeña echando raíces en un rincón de los Estados Unidos.

Fue paradójico que yo, latino hasta la médula, leyese el libro en alguno de los tantos fines de semana en que me aburría de modo inverosímil en un tranquilo pueblo de la Florida, donde mi única distracción consistía en hacer un solitario recorrido cultural por las bibliotecas de Palm Beach o bostezar viendo programas en el canal de Univisión. Precisamente por estar viviendo en aquel ambiente medio anglosajón y extrañar en aquella época el “bullicio salvaje del espíritu” y las “sombras dolorosas de mi patria”, tuve la conciencia de comparar las dos culturas que se enfrentan en el libro, y que en realidad se desafiaban en la arena de mi propia vida.



En ese tiempo triunfó el desvarío febril de mi impulso latino. Pero debo reconocer que esa victoria ocurrió no sin miedo de mi parte: la bravura de las calles de Harlem, sus fanfarronadas y los desdenes que debió sortear Piri Thomas en su época, las conocí personalmente a miles de kilómetros de Nueva York, en calles festivas donde las derrotas cotidianas de sus habitantes eran berreadas y celebradas estruendosamente en los estéreos de sus casas, amén de los alaridos y las bravatas de los borrachos que inundaban las esquinas de mi barrio. Así, sin saberlo, en un rincón andino ubicado 2.600 metros más cerca de las estrellas que las costas neoyorquinas, las palabras de Piri Thomas seguían contando historias al pálpito de otras experiencias. Eso hizo que me identificara plenamente con la fábula de su vida y que me dolieran sus desdichas. Pero en aquellos años yo era un ser contradictorio y en la lengua de mi alma había una sensación ambigua y palabras difusas que pugnaban por tomar forma. Si bien yo confundía el impulso con la decisión, la algarabía con la alegría y la agitación con la acción, intuía algún grado de discordia entre estos conceptos. Por eso, aunque añoraba mi ambiente latino, el relato de Thomas me incrustó una espina en el paladar con que disfrutaba sus sabores.

He rememorado este libro en la época actual en que reflexiono sobre los errores y los vicios de nuestra cultura. A veces un tonto nacionalismo, alimentado por los medios de información y las eficaces campañas publicitarias de la cerveza, nos dispara el orgullo patrio hacia alturas absurdas y engañosas. Pasando por alto la sensatez ganada a punta de experiencias maduradas, la emoción nacionalista nos impide la autocrítica y el consecuente crecimiento social e individual. En la plenitud de su vida, Piri Thomas encontró tranquilidad, al haber logrado romper la estructura de valores que el barrio latino le había impuesto como una marca interior: simplemente entendió que él mismo era el problema y decidió cambiar. Siendo un adulto mayor, vivía con su familia en Los Ángeles donde se dedicó a ayudar a jóvenes problemáticos a superar sus traumas y sus odios. Quizás, siguiendo el ejemplo de Thomas, en mi vida presente -ocaso de mi amada treintañez-, en la batalla interior librada por la influencia de aquellas dos culturas sale victoriosa la experiencia sensata. Alejado de los impulsos febriles de otros tiempos, el sosiego tanto interior como vital que anhelo tiene la imagen de una casa nocturna y sencilla, cobijada por un cielo apacible que me será esquivo en tanto mi estructura emocional no esté preparada para admirarlo.

Hace un par de meses intenté encontrar el libro de Thomas en las librerías de mi ciudad, pero quizás debido a nuestra autocensura cultural, o peor aún, a la censura comercial que no hace muy visibles los libros “worst-sellers”, no pude encontrarlo. Entonces escribí a la biblioteca de West Palm Beach solicitando información sobre el libro y su autor. En mi carta, a mi petición le añadí una observación que decía: “ese libro es muy importante para mí”. Y con esa gentileza y eficacia características de los empleados de aquella biblioteca, antes de 12 horas me llegó la respuesta con todos los datos solicitados, incluyendo un comentario que parecía ser respuesta a mi nota personal: “ese libro es muy importante para mucha gente”. Reconforta saber que en los caminos de nuestras encrucijadas interiores, somos muchos los que buscamos la senda del sosiego.

Recomiendo la lectura de este libro para aquellos que quieran hacer una reflexión acerca de la confrontación de nuestra propia interioridad contra ese entorno que a veces no logramos entender. Alguna vez Gandhi dijo: “Si estás en paz contigo mismo al menos hay un lugar pacífico en el mundo”. Se necesita una medida justa de autocrítica para inducirnos a buscar un cambio dentro de nosotros mismos. Una idea o una postura asumida por millones de seres no constituye necesariamente una verdad. Nuestro colectivo patrio necesita con urgencia un cambio de patrones culturales y nuestro colectivo humano necesita reposar sobre estructuras emocionales diferentes. Sin embargo, aquel requerimiento de dimensiones macro se inicia con una disposición voluntaria en el micro cosmos de nosotros mismos.

miércoles, 21 de julio de 2010

El payaso que llora en la bañera

Heinrich Böll, de nacionalidad alemana, recibió el Premio Nóbel de Literatura en 1972. Considero que es un premio más que merecido pues este genial escritor entregó al mundo uno de los libros más maravillosos que he leído y tal vez la novela con la que más me identifico: Opiniones de un payaso. En lo personal, el capítulo 14 de esta es uno de los más bellos de la literatura universal. Y aunque digo "en lo personal", por alguna razón las personas con quienes he conversado acerca de esta novela coinciden en afirmar que las páginas del capítulo 14 son memorables. Como siempre, mis propias palabras sobran ante la fuerza de las líneas escritas por Böll.

Hoy sencillamente quise compartirles esto:

"La vi volver a casa de noche. A la luz de la luna el bien recortado césped parecía casi azul. Junto al garaje, ramas podadas, amontonadas allí por el jardinero. Entre la retama y las matas rojas de los acerolos, el cubo de la basura, listo para la recogida. Viernes por la noche. Ya sabría ella a qué olería la cocina: a pescado. También sabría las notas que encontraría, una de Züpfner sobre el televisor: "Tuve que irme urgentemente a casa de F. Besos, Heribert", la otra de la criada sobre la nevera: "Estoy en el cine, volveré a las diez. Grete (Luise, Birgit)."

Abrir la puerta del garaje, dar la luz: sobre la blanqueada pared, la sombra de un patinete y de una máquina de coser en desuso. En el rincón de Züpfner, el Mercedes probaba que se Züpfner había ido a pie: "Respirar el aire, respirar un poco de aire, aire". Barro en neumáticos y guardabarros recordaba viajes por el Eifel, discursos por la tarde ante las juventudes ("luchar juntos, resistir juntos, sufrir juntos").

Una ojeada hacia lo alto: también todo oscuro en el cuarto de los niños. Las casas vecinas con entradas de doble vía y separadas por amplios parterres. El patológico reflejo de los televisores. El padre y marido que vuelve a casa molestará como el regreso del hijo pródigo molestaría: no se degollaría ningún becerro, ni siquiera habría pollos a la parrilla; se señalaría fugazmente un resto de pasta de hígado que quedó en la nevera.

Los sábados por la tarde, reuniones de confraternidad, cuando los volantes de badminton saltaban por encima de la red impulsados por raquetas, cachorros de perro o de gato escapaban corriendo, volantes devueltos por una raqueta, recuperados los gatitos -"oh, qué monada"- o los perritos -"oh, qué monada"- en la puerta del jardín o a través de rendijas en el vallado. Reprimida la irritación en las voces, nunca personal: sólo de vez en cuando se sale de la impecable curva y traza arabescos en el cielo de la vecindad, siempre por motivos fútiles, nunca por los verdaderos: si un platillo se hace añicos con estrépito, un balón que rueda aplasta las flores, manos infantiles arrojan guijarros a la pintura de los coches, lo recién lavado y recién planchado es rociado por las mangueras del jardín, entonces las voces se vuelven estridentes, las voces que no pueden chillar ni por estafas ni adulterios ni abortos. "Hija, tienes los oídos supersensibles, toma una medicina".

No tomes nada, Marie.

La puerta de la casa se abre: silencioso y confortablemente cálido. La pequeña Mariechen duerme arriba. Así pasa el tiempo: boda en Bonn, luna de miel en Roma, embarazo, parto: rizos castaños sobre níveas almohadas. ¿Te acuerdas de cuando él nos enseñó la casa y afirmó, lleno de vitalidad: "Aquí hay sitio para doce niños"? Y cómo ahora te examina durante el desayuno, el inexpresado "¿sí?" en sus labios, y cómo gritan los sencillos correligionarios y compañeros de partido después del tercer vaso de coñac: "¡De uno a doce van once, reza la cartilla!".

Se murmurea por la ciudad. Has estado otra vez en el cine, en este atardecer resplandeciente de sol, en el cine. Y otra vez en el cine, y otras veces.

Toda la tarde sola en el grupo, en casa de Blothert en casa, y sólo el ca-ca-ca en los oídos, y esa vez no terminaba en "-nciller", sino en "-tólicos". Como un cuerpo extraño te zumba la palabrita en los oídos. Suena a juego de crícket, suena también un poco a úlcera. Blothert posee el contador Geiger que permite descubrir a los católicos: "Éste sí, éste no, éste sí, éste no". Como si deshojase la margarita: me quiere, no me quiere. Me quiere. Allí se examinan clubes de fútbol y compañeros del partido, gobierno y oposición, con el test católico. Igual que un distintivo racial, se busca la piedra de toque y no se la encuentra: nariz nórdica, boca occidental. Alguien la tiene con seguridad, se la ha tragado, la piedra tan codiciada, la buscada con ahínco. Es el propio Blothert, guárdate de sus ojos, Marie. Lujuria senil, ideas de seminarista sobre el sexto mandamiento, y cuando se habla de ciertos pecados, sólo en latín. In sexto, de sexto. Naturalmente, suena a sexo. Y los queridos niños. A los mayores; Hubert, dieciocho; Margret, diecisiete, les está permitido quedarse un rato, para que la charla de los adultos les aproveche. Se habla de católicos, estado corporativo y la pena de muerte, que hace surgir una curiosa llamarada en los ojos de la señora Blothert, y su voz se eleva a irritadas alturas, donde el reír y el llorar se juntan sensualmente. Has intentado consolarte con el trasnochado cinismo de izquierdas de Fredebeul: en vano. En vano intentarás irritarte con el trasnochado cinismo de derechas de Blothert. Hay una bonita palabra: nada. No pienses en nada. Ni en el canciller, ni en los católicos, piensa en el payaso que llora en la bañera, que derrama el café en sus zapatillas."

Opiniones de un payaso. Heinrich Böll

martes, 29 de junio de 2010

La canción del jardinero

"Yo no soy bailarín
porque me gusta quedarme
quieto en la tierra y sentir
que mis pies tienen raíz..."

María Elena Walsh es una poetisa argentina, compositora de bellísimos temas infantiles como esta Canción del jardinero. Muy conocidas en otras latitudes, las canciones de esta artista ahora tienen video gracias a la idea genial de algún admirador. Poesía e infancia, cultura y existencia vital, !!qué falta hace en el mundo comprender estas asociaciones!!

jueves, 17 de junio de 2010

Ahora

Hace apenas un instante, por la ciudad hondísima
oí pasar una noche de mi infancia en los campos,
un vuelo de caballos, de iluminadas granjas
y altos bosques de pájaros. Es como un pulso súbito
el recuerdo, una ola de sangre que no olvida
asciende de la bruma con ladridos de perros,
como salvajes ancianos que ven la luna alzándose
sobre la pleamar negra de las montañas.
Golpea el corazón ese puño secreto,
un viento que se burla de los años reanuda
un silbo en las agujas del pinar y derriba
de los negros ramajes las esferas maduras.

Tan lejos, de repente, vuelve ese viento antiguo
que desciende hacia el río, por los viejos cañones
del Tolima, curvando las cañas, despertando
voces sobresaltadas en los cuartos vecinos,

Tal vez no es más la infancia que un país ilusorio,
una raíz que hundimos en las previas penumbras
para sortear la vaga irrealidad del mundo,
pero su acre ventisca llega como un milagro,
hace crujir los muros de las casas que no existen
y enciende sobre el páramo las increíbles voces
de los ángeles. Vivas y huyendo por los bosques
veo las llamas indemnes. Veo el árbol temible
donde la enferma quiso que excavaran su tumba.
Oigo lejos gemir los camiones nocturnos
que cruzan rumbo a Caldas. Oigo las torpes bestias
que devoran el apio, que enferman los sembrados.


Y mi noche se llena de obliteradas noches,
se confunden en ella los pueblos de los riscos,
los entrevistos trenes, las iglesias monstruosas
y el sable de las fábulas vuela en fragmentos de oro
cuando suenan los truenos y los rifles. La noche
vasta de la ciudad asila estos espectros,
las bifurcadas noches que atesoran sus hombres,
ayeres que ya están en la sangre y, de pronto,
despiertan para hundirnos en el canto o en el crimen.

Ahora. William Ospina

miércoles, 10 de marzo de 2010

Romance anónimo

Para los amantes de la guitarra clásica, dejo este video en el que el maestro español Narciso Yepes interpreta el bellísimo tema Romance Anónimo. Hace un tiempo pensaba que ese era el nombre verdadero de esta pieza, sin embargo, indagando por la red, encontré que la autoría de esta obra musical ha sido atribuida a diversos músicos de diferentes procedencias. Probablemente el verdadero nombre sea simplemente Romance, y anónimo sea el calificativo que recibe dado su origen desconocido. Sea como sea, es una hermosa obra y al ser interpretada por un guitarrista de la categoría de Yepes, esta lluvia de notas adquiere una grandeza absoluta. Por demás, el video en blanco y negro ayuda a transmitir ese sentimiento suave de la melodia, invitándonos a abrir todos los sentidos para disfrutarla.